lunes, 27 de julio de 2009

Artículos de Manuel Burga sobre Universidades

 Nuevo debate, viejos temas
La República, Perú Jue, 04/02/2010

Por: Manuel Burga Díaz

La pregunta que cualquier peruano se puede hacer, mirando al país o a sus propios hijos, es: ¿Podemos salir de la situación actual, alcanzar el desarrollo, con un “sistema educativo quebrado”, como el nuestro? Todos conocemos la respuesta y actuamos en consecuencia. Fue necesario que esta respuesta la enuncie Michael E. Porter, economista de la Escuela de Negocios de la Universidad de Harvard, durante el Seminario Internacional “Claves de una Estrategia Competitiva”, el 30 de noviembre pasado, para que nuestro primer mandatario se sienta aludido y ofrezca una desafortunada réplica: “¿Por qué aceptamos lecciones de personas que no conocen el Perú?”.

Otro producto interesante de esta visita es el debate que se ha suscitado alrededor del artículo del economista Waldo Mendoza, En Defensa del neoliberalismo, del 20 de enero pasado, que en lo esencial nos dice que el Perú, en este momento, se encuentra en el buen grupo (Brasil, Chile, México y Colombia) y no entre los que están perdiendo la oportunidad (Argentina, Bolivia, Ecuador y Venezuela). Como si los resultados que se pueden ver en estos países fueran consecuencia de las dos últimas décadas. La respuesta técnica la han ofrecido Humberto Campodónico, Oscar Dancourt, Pedro Francke y Félix Jiménez, insistiendo en que el modelo de desarrollo neoliberal más bien nos empobrece y reproduce una nefasta estructura primario exportadora de viejo cuño.

El mismo Porter, el domingo pasado, en El Comercio, profundiza algunas de sus agudas reflexiones y sin dejar de reconocer el avance del rendimiento económico en nuestro país, pasa a decirnos que este es consecuencia del buen precio de los “commodities” que exportamos, y esto es lo que debería preocuparnos: “Si se continúa dependiendo de los ‘commodities’ como impulsores de la economía, se acabará en un callejón sin salida”. Cuando trata de señalarnos el buen camino, nos indica el impedimento mayor: “El sistema educativo está quebrado” en el Perú. “Además de las debilidades relacionadas al capital humano, se invierte de manera insuficiente en ciencia y tecnología”. Recomienda profundizar la descentralización: “Cada región del Perú necesita una estrategia clara para construir una economía propia y única basada en las fortalezas locales”. Es decir, hacer casi todo lo que el gobierno no hace.

M. Porter no está desinformado. Todo lo contrario, su trabajo es estar bien informado sobre lo que sucede en AL, sino quién contrata las consultorías de su Instituto para la Estrategia y la Competitividad en Harvard. Hay que escucharlo, sobre todo cuando cuestiona una realidad tan evidente como el modelo de desarrollo con una estructura económica primario exportadora, con lo cual Campodónico, Dancourt, Francke y Jiménez lógicamente coinciden.

Decir que el Perú está en el buen grupo y que tenemos el modelo correcto nos podría dejar la imagen de que estamos como Brasil, Chile o México; o que, embarcados en el mismo modelo, pronto estaríamos como ellos. Esos países siempre han estado delante de nosotros en los últimos 100 años. Si no cómo explicamos, por ejemplo, que el presupuesto de la UNAM de México sea de 1,700 millones de dólares al año y el de San Marcos, su socia en la red de macrouniversidades, de 70.

El presidente García habla mucho de sus obras públicas, de las del alcalde Castañeda, pero cuando uno atraviesa el poco transitado puente del intercambio vial sobre la avenida Universitaria y contempla el campus de San Marcos mutilado, sin cerco perimétrico, me pregunto: ¿Es esta una inversión en infraestructura vial que nos vuelve más competitivos? La afirmación de Porter, “El sistema educativo está quebrado”, la puede suscribir cualquier peruano responsable. ¿No es esta una consecuencia del modelo de desarrollo de las dos últimas décadas en nuestro país?

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Universidades al garete

La República, Perú, 15/10/2009

Por Manuel Burga

¿Por qué las universidades públicas de nuevo parecen encerradas en sus cercos perimétricos de autonomía y de ladrillo luchando consigo mismas y tratando de llamar la atención? No se trata de tomas de locales, marchas o disturbios callejeros, ni de una deriva institucional por las tempestades internas, sino más bien de una universidad en crisis que reacciona frente al abandono del programa de homologación que se inició en abril del 2006 y que ha debido concluir a fines del 2008. De nuevo las universidades públicas, teóricamente desde el 24 de septiembre, se encuentran en huelga general indefinida. Para la Fendup se trata de luchar contra políticas neoliberales más interesadas en el mercado, en la educación como servicio que se compra y se vende, que en la educación como bien público, pero considero que se trata de algo más.

Todo empezó cuando finalmente se decidió cumplir con el artículo 53 de la ley universitaria de 1983, que homologa las remuneraciones de los docentes universitarios con la remuneración básica de los magistrados del Poder Judicial. El interés por la educación superior pública parecía haber renacido, tanto como las expectativas de los universitarios. La homologación se aprobó con el DU 033 de diciembre de 2005 y el primer tramo se puso en marcha en abril del 2006. No solamente se trataba de remuneraciones, mucho antes, el 2001, ya se había iniciado la discusión de una nueva ley universitaria; se hablaba incluso, desde la gestión del ministro Nicolás Lynch, de una Segunda Reforma universitaria, que vaya más allá de la agotada Reforma de Córdoba.

Más tarde, con la llegada del gobierno aprista, el Minedu dejó de lado estos ímpetus reformistas. La iniciativa pasó a la Comisión de Educación del Congreso, la que está en manos del Partido Nacionalista desde el 2006, sin sospecha de neoliberalismo, donde, sin embargo, inútilmente se han discutido varios proyectos de nueva ley universitaria, sin resultado alguno. Se podría pensar ingenuamente que la homologación se ha detenido porque depende de recursos escasos en tiempos de crisis, lo que explicaría el incumplimiento de un compromiso de Estado y aún de la ley. Pero, ¿cómo explicar el desinterés del Congreso, de los congresistas nacionalistas, en trabajar seriamente en una nueva ley universitaria? Entonces, no se trata solamente de recursos escasos, ni de congresistas desinteresados en la educación, sino más bien de algo más complejo y propio de actualidad.

¿Cómo podría avanzar la homologación y cómo se podría promulgar una moderna ley universitaria que reflote a la universidad pública cuando los propietarios, accionistas o defensores del modelo de universidad negocio están en todas partes, en los partidos políticos, en Palacio de Gobierno, en el Minedu y en el Congreso? ¿Qué podríamos esperar de un ministro de Educación, impecable rector de una universidad negocio? Casi todos recordamos que la Fendup y los congresistas del Apra se pusieron de acuerdo, a fines del 2005, por conveniencias mutuas, para aprobar la no reelección de autoridades universitarias, lo que generó la protesta inmediata de la universidad privada y la enmienda de este dispositivo legal en el TC.

¿Por qué no se aprueba ahora la elección de autoridades en las públicas a través de la votación universal, ponderada, directa, secreta y obligatoria? ¿Por qué no se pone en marcha la homologación acompañada de un verdadero sistema de regulación que promueva la calidad en la educación superior peruana? No se trata de dinero escaso, ni de esperar que los legisladores se iluminen, ni de una nueva ley universitaria, sino de dar los primeros pasos para asegurar el futuro de la educación superior pública en nuestro país.

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La universidad colombiana
Por Manuel Burga Díaz
Diario La República

El 22 de setiembre de 2002, cuando fui invitado a la celebración del aniversario de la Universidad Nacional de Colombia, conocí muy rápidamente, en medio de diversas actividades, a su rector, el abogado, intelectual progresista, Víctor Manuel Moncayo.

Ahora, muchos años después, ha llegado a mis manos su libro, Universidad Nacional. Espacio crítico. Reflexiones acerca de una gestión rectoral, Bogotá, 2005, 217 pp., que me permite comprender mejor –como nos sucede a menudo– los gestos y palabras de alguien que conocimos superficialmente. También recuerdo a Juan Ramón de la Fuente de la UNAM, Luis Riveros de la U. de Chile, y a Jacques Marcovitch de la USP de Sao Paulo, a quien fundamentalmente leí después. Todos ellos rectores comprometidos en un esfuerzo común: la defensa de la universidad pública.

La noche de ese día nos reunimos en el gran auditorio Paul de Kruiff, donde presencié una inolvidable velada musical, “Al encuentro con la ciudad”, en la cual premiaron a los mejores compositores de música popular colombiana. Recuerdo que premiaron al maestro Rafael Escalona, lamentando que no se encontrara Carlos Vives para interpretar alguna de sus canciones, pero esta ausencia pasó desapercibida luego que la Orquesta de Cámara de Bogotá interpretara magistralmente una de sus composiciones más conocidas. Se premiaron a ocho compositores y me pareció que se trataba más bien de un interesante encuentro con el país.

Pero no quiero hablar de recuerdos, sino de su libro que he mencionado, que me confirman sus gestos y sus palabras, que transmite una memoria algo dolida, en un discurso que habla de la historia de la Universidad Nacional de Colombia, de su frágil autonomía, de los desafíos nacionales e internacionales, pero también de sus fortalezas. Me llamó la atención, aquella vez, los discursos de un rector que no tenía dificultad en citar a Derrida, Foucault, Althusser y a clásicos como Marx. No me sorprende ahora que ese mismo año haya entregado el doctor honoris causa a Juan Ramón de la Fuente por su defensa de la universidad pública y a Noam Chomsky por su crítica a una globalización que podría potenciar la pobreza y la desigualdad entre los países.

Me llamó sí la atención el énfasis que ponen los colombianos en su universidad como una institución republicana, fundada por el general Santander en 1826, junto a la de Quito y Caracas, y refundada en 1867, año que muchos consideran el de su real fundación. Es un modelo que no existe en nuestro país, el de una universidad central con sedes en Medellín, Manizales, Palmira, Arauca, San Andrés y Leticia; con 43, 000 estudiantes, 26 mil en la sede central de Bogotá y el resto en las sedes regionales.

La UNC es presentada como una institución pública, estatal, comprometida con el país, como un espacio de investigación, formación profesional, creación humanística y reflexión intelectual, con espíritu crítico. Un espíritu que proviene del liberalismo del siglo XIX y de los movimientos reformistas del siglo XX, que la han convertido en un espacio de autonomía que se reflejaba, cuando la visité, en los graffiti que de alguna manera adornaban su “Ciudad Blanca”, como suelen llamar a su ciudad universitaria de 141 has. Ese espíritu, según Moncayo, se vuelve realidad en la promoción de sus institutos de investigación en las regiones de frontera para entender el cambio climático y la diversidad cultural. Igualmente en la crítica al autoritarismo neoliberal y en la defensa del derecho a la salud, la educación y la seguridad de las mayorías colombianas.

La universidad pública colombiana me ha dejado la impresión de una cierta fortaleza, de instituciones modernas, con estudiantes de diversos sectores sociales, que siempre traté de averiguar cómo se había logrado. Algunos me aseguraron que la respuesta la podría encontrar en la Ley 32 de 1992, una compleja ley universitaria que nació después de una larga discusión pública, que el gobierno siempre ha tratado de ignorar por la dificultad de cumplir con las asignaciones presupuestales que establece. Sin embargo, Víctor Manuel Moncayo no puede ocultar su consternación por la difícil situación que atraviesa la educación superior pública colombiana, donde no existe la universidad que él imaginó, sino una universidad real, posible.
Sin embargo considero que se trata de una universidad pública a salvo, a pesar de todo, gracias a su historia republicana, su ley universitaria y a la activa defensa que hacen los universitarios de sus instituciones. No vivimos una situación similar en nuestro país, donde una clase política diferente, congregada en un Congreso sin eficiencia, ni imaginación, concentrado en la coyuntura, que no legisla para el futuro, ha dejado de lado la elaboración de una ley universitaria condenando a la universidad pública a vivir con una norma de 1983, correspondiente a otro tiempo y otra realidad.

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La crisis lectora
Por Manuel Burga
Diario La República

El 9 de diciembre pasado, en San Marcos, Esther Velarde Consoli, profesora de la Facultad de Educación, defendió con vigor, irreverencia y convicción una original tesis doctoral. Impresiona su título, dimensiones y propuesta. “Elaboración y aplicación de un Programa Metafonológico en niños (as) de 8 a 10 años en el Cercado del Callao”, sería su título abreviado. Tiene 240 páginas, más 189 correspondientes a su Programa Metafonológico. No la puedo discutir en profundidad, ni presentar en detalle, porque además no tengo la especialización necesaria. Sin embargo me animo a reseñarla porque el tema central que analiza afecta a una gran mayoría de peruanos y por el impacto que podría tener su propuesta pedagógica.
La lectura, sus inicios en los niños, es un tema fascinante a partir del cual se han construido enormes explicaciones, como las que encontramos en los estudios de Noam Chomsky y del soviético Lev Semionovich Vigotsky, pero también tiene que ver con las preocupaciones de los padres y las angustias de los niños. Pero aún más allá. Por ejemplo Brian Holmes, biógrafo de Herbert Spencer, solía decir que la diferencia entre John Stuart Mill y su biografiado era que mientras el primero a los 6 años y medio ya había escrito una breve historia de Roma, Spencer recién comenzó a leer a los 7 años. Este último no tuvo una educación cuidadosa en su niñez, pero con esfuerzo y dedicación se puso al nivel de Mill e incluso de Darwin, los tres grandes íconos del siglo XIX inglés.
Esta tesis ratifica que la capacidad lectora no está determinada por la inteligencia sino por otro tipo de factores externos al individuo. Todos podemos ser como Spencer y eso es una gran esperanza. Por eso hay que precisar qué se entiende por crisis lectora. No se trata solamente de que en nuestro país se lee muy poco o casi nada. Esther Velarde no parte estrictamente de este supuesto, sino de algo que es verdaderamente estructural o consustancial con nuestro país. La crisis que ella denuncia la conoce y también, de alguna manera, la ha hecho conocida –en una suerte de anodino mea culpa– el propio Ministerio de Educación.
El Laboratorio Latinoamericano de Evaluación de la Calidad de la Educación, en 1997, analizó comparativamente los niveles de habilidad matemática y comprensión lectora en 13 países de AL y quedamos en antepenúltimo lugar. El año 2006, esta misma institución, realizó un nuevo estudio comparativo, pero esta vez incluyendo a 16 países de AL y volvimos a quedar en el mismo lugar, lo que nos invita a pensar que en casi 10 años no se había avanzado casi nada.
El año 2001, la OCDE financió la aplicación de la famosa medición PISA, en todos sus países miembros y cinco latinoamericanos. Se examinó la comprensión lectora en estudiantes de 15 años y quedamos en último lugar, Pero esto se vuelve aún más desgarrador cuando, como se dice en la tesis, investigadores peruanos como R. González Moreyra y R. Quesada, hace ya más de una década, detectaron que las deficiencias de la secundaria se arrastraban a la universidad.
Entonces, podemos concluir que estamos verdaderamente frente a una crisis lectora enraizada en nuestro ser nacional y que no se trata solamente de una crisis coyuntural. La autora pone a prueba, con un trabajo experimental llevado a cabo en escuelas del Cercado del Callao, su Programa de Habilidades Metafonológicas que denomina “Jugando con los Sonidos” y exhibe resultados satisfactorios. Este programa busca incidir sobre la conciencia fonológica y la decodificación y comprensión lectoras. Tres áreas sobre las que hay que actuar para lograr que nuestros niños lean mejor y a más temprana edad.

Las investigaciones mencionadas, internacionales y nacionales, nos ponen ante la evidencia de que nuestros niños –en su gran mayoría– no comprenden lo que leen. Es decir son casi analfabetos funcionales, leen pero no entienden el mensaje. Se trata, según Esther Velarde, del fracaso del “Nuevo Enfoque” de aprendizaje que se aplica en nuestro país desde 1994. Frente a esta realidad ella propone un modelo sustentado en la Psicología Cognitiva y la Psicolingüística que deberá estar acompañado por un cambio en el Diseño Curricular a nivel de Inicial y primeros años de Primaria.
En realidad está cuestionando las bases teóricas y técnicas del actual modelo educativo nacional y señala que allí justamente, sumado a los demás condicionantes del proceso educativo, se encuentra la causalidad del fracaso actual. Entonces, por qué no abrir los ojos, por qué no cambiar, por qué no pensar que aquí también debemos ir más allá del espíritu empresarial y la mano invisible del mercado. No señores, lo que necesitamos es conocer lo que se hace en el mundo, necesitamos pedagogos, profesionales entendidos en la materia. Recordemos la lección de Herbert Spencer.