jueves, 11 de diciembre de 2008

Reestructuración universitaria

REESTRUCTURACIÓN UNIVERSITARIA Y HOMOLOGACIÓN


Nemesio Espinoza Herrera (*)

(Artículo publicado en el diario La República).

Desapercibida transcurre la huelga indefinida de los docentes universitarios de las universidades públicas del país. La plataforma es: ¡Homologación ahora! Pero, la propuesta –si bien justa- está mal planteada y no es sostenida. Exigir que las remuneraciones de los catedráticos sean homologadas con las de los magistrados, conforme manda el artículo 53 de la actual Ley Universitaria en vigencia desde 1984 (a cuya virtud el Profesor Principal que percibe 1 500 nuevos soles debe ganar igual que su homólogo, el Vocal Supremo que gana 26 000), es una exigencia ilusa, irreal y hasta irresponsable. Por eso es que la huelga no trasciende ni se hace escuchar sus demandas y con tal situación la universidad incrementa su desprestigio. Habiendo sido incumplida la homologación desde hace 20 años, con la anuencia de los mismos universitarios y aún ahora con el fallo del Tribunal Constitucional a su favor, no se sabe merced a qué ensalmos, conjuros y milagros tendrá ahora que ser cumplida, y ya.




El asunto requiere, más bien, un replanteamiento. La universidad pública en el Perú tiene problemas estructurales largamente embalsados. De cada 100 profesionales que egresan de las universidades nacionales, 75 están sin empleo en las carreras profesionales emprendidas. La verdadera investigación científica –misión fundamental de la universidad- traducida en términos de producción científica y tecnológica que demanda la modernidad es, por regla general, inexistente. La calidad académica se encuentra muy por debajo de los estándares latinoamericanos y se siguen, a la antigua usanza, clonando en masa profesionales inermes y para el desempleo. La docencia universitaria –factor clave para la Investigación Científica y para la formación de verdaderos profesionales- ha devenido casi en el infortunio debido a un conjunot de aspectos, entre ellos, el maltrato en estas últimas cinco décadas en cuanto a sus remuneraciones y condiciones de trabajo. Es también un hecho el excesivo número de docentes no necesariamente calificados en mérito a sus vocaciones para la investigación científica y pedagogía universitaria.


Todavía así, se suma otra realidad mucho más perniciosa aún que termina extinguiendo a la universidad pública: la arcaica administración universitaria. Aunque con escasísimas excepciones, por regla general, los cuadros gerenciales de las universidades (rectores, vicerrectores, decanos, directores, jefes) premunidos de estilos medievales y advenedizos de gestión, prácticamente han institucionalizado, hasta sin quererlo, la mediocracia, el caos administrativo y la corrupción en las universidades. El Estado, por su parte, ha abdicado de su condición de propietario de la universidad pública y en ves de tomar acciones para evitar su toral descalabro, se limita a observar desde el balcón el paso de cortejo fúnebre universitario. Es en el Perú, al no existir un gran proyecto nacional de desarrollo a largo plazo en el que la educación sea prioridad fundamental de política de Estado, la universidad siempre fue, como lo es hoy, un asunto de quinta categoría a quien no merece darle mayor importancia. En suma, la debacle de la universidad estatal en el Perú es evidente.

En tales condiciones, las universidades públicas resultan siendo instituciones obsoletas y falsos faroles para las nuevas generaciones y para el país. En buena cuenta, la universidad pública no existe, sólo sobrevive casi maquinalmente.Empero, el desarrollo económico y social del país, en el contexto del nuevo siglo y milenio, requiere con premura la vigencia de una nueva universidad pública, moderna y competitiva que produzca ciencia y tecnología, forme un nuevo tipo de profesionales, cuente con un nuevo tipo de docentes universitarios y adopte nuevos modelos de gestión. Para ello hay un solo camino: declara en emergencia nacional a la universidad peruana para emprender el proceso de la verdadera y radical reestructuración universitaria como parte de política de Estado democrático. Sólo una nueva universidad onstruida sobre los escombros de la actual tiene posibilidades sostenidas y merecimientos para la homologación de sueldos docentes y para la asignación de suficientes recursos.
La vigencia de la universidad estatal reinventada es una apremiante necesidad nacional, promoverla una responsabilidad colectiva. (Foto de SemanarioExpresión)






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El cuento de la homologación: la más grande trampa consumada contra la universidad pública


Nemesio Espinoza Herrera


Dos son las vertientes de la treta –eufemismo de estafa- consumada contra la universidad nacional en torno al tema de la homologación: por un lado, (y bajo la anuencia de los mismos universitarios), el desacato del Estado por más de 20 años a su propia Ley que ordena que “las remuneraciones de los profesores de las universidades públicas se homologan a las de los magistrados judiciales” (no dice a la remuneración básica como equivocadamente se ha interpretado); y, por otro, la incapacidad y (hasta) la perfidia de los “negociadores” en esta última etapa quienes a la legítima y justa demanda por homologación con los magistrados ahora han convertido en un reclamo por homologación con el sueldo de las secretarias de una empresa pública, pues plantean que en tanto que el vocal supremo gana 26 mil nuevos soles, el profesor principal, su homólogo, debe ganar 6 700 (seis mil setecientos) nuevos soles y todavía por etapas progresivas. ¡qué homologación es ésta que pretende valorar al Profesor Principal como 7 y al Vocal Supremo como 27!, ¡Por qué tanto ignominia a la universidad públicas! ¡Por qué tanta insidia y vilipendio a la docencia universitaria!

Pero la “proeza” de los negociadores va más allá: “logran” (con poses mediáticos incluido) un pírrico aumento que de oficio le corresponde para este año(recuérdese que sin huelga y sin negociaciones correspondió en el 2003, cien soles de aumento, 2004 ciento veinte); pero, de homologación ni un ápice. “El gobierno nos ha engañado, se ha burlado de nosotros” dicen, exteriorizando así la más absoluta ingenuidad e incapacidad negociadora. Asumiendo que la quebrantada cifra de 6700 nuevos soles algún día sea realidad, se supone que va al básico que actualmente es de cincuenta nuevos soles (hasta antes del 2002 era –ironías aparte- sesenta céntimos) y, por lo tanto, el sueldo del profesor principal sería 8300 y no 2700 como plantean los negociadores con el Estado. Aun así la diferencia histórica de sueldos entre magistrados y catedráticos seguirá siendo abismal por siempre: 8 a 27. El presidente Toledo (que en su campaña electoral y en el pabellón de Derecho de San Marcos prometió cumplir con la homologación), el Dr. Iván Rodríguez (que funge de presidente del Club ANR) y PPK deben estar mostrando una irónica sonrisa frente a este panorama desolador observando desde el balcón de cómo el Estado en complicidad con los “negociadores” le han propinado la estocada mortal a la languidecida universidad pública.


Pero el problema de la universidad peruana, especialmente de la pública, no se reduce a la simple


lucha reivindicativa por remuneraciones (homologación) se soles más o soles menos. El problema de fondo es que la universidad nacional en el Perú. Así como está, es una universidad obsoleta. No avanza más. En ella, se pretende resolver problemas nuevos con paradigmas vetustos. En vez de ser solución para el país, la universidad se ha convertido en su óbice, en un falso farol para los jóvenes del Perú y para el desarrollo nacional. La universidad en el Perú (pública y privada) ya no necesita discursos, pastillas, ungüentos, leyes, rentas; ni reformas, contrarreformas, marchas, huelgas; ni homologación, ala fin y al cabo. La universidad en el Perú necesita con premura un proceso de verdadera reestructuración radical, una cirugía, una reingeniería, una reinvención, una reorganización (pero de verdad) como parte de una nueva política educativo de Estado que promueva la construcción de un nuevo país y apueste por la vigencia de una nueva y distinta universidad, moderna y competitiva propia del siglo XXI y del tercer milenio.